11 Nov Crónica de la Dana. 7 de noviembre de 2024
Noveno día tras la Dana. La lentitud en los avances es exasperante. Faltaban medios, efectivos, organización. Quiero pensar que sitios como Sedaví ya están más limpios y organizados. Pero sé, porque lo veo, que otros siguen muy atrasados. El problema se repite en todos: falta coordinación y faltan operativos profesionales. No en todas partes, en La Torre he podido comprobar que los avances van rápido, están coordinados, hay infraestructura de ayuda… Buena gestión, en definitiva. También es una zona más pequeña y menos afectada, pero muy meritorio el trabajo realizado, y aquí depende de María José Catalá, Alcaldesa de Valencia. Al César lo que es del César. Pero, en general, haría falta un desembarco que no llega, sea de quien sea la culpa de esta ausencia vergonzosa. Sí, hace falta más gente, a pesar de tanta como hay. Me voy a explicar:
- Está llegando ayuda en cantidades abrumadoras. Miles y miles de toneladas. Pero llega a mayor ritmo del que se puede asimilar de forma organizada. Tanto en las centrales de recogida como en los centros de distribución a los afectados.
- En muchos pueblos los vecinos no saben dónde pueden conseguir lo que necesitan, otros no pueden llegar por edad, por condición física, porque su calle sigue siendo un cenagal. Y, por el otro lado, los centros de recogida ya no pueden aceptar nada más porque no hay donde meterlo.
- Hace falta alguien que asegure que la ayuda recibida llega a quien la necesita. Hay bienes y hay demanda, pero falta el hilo conductor que una ambos extremos.
- Se necesita muchas personas para clasificar y repartir. Y que se canalice bien lo que se recibe.
Aprovecho la crónica de cómo discurrió esa jornada para que se entienda. Me habían pasado una lista concreta de necesidades para Algemesí (es lo más efectivo): mantas, ropa de abrigo y ropa de niños. Me fui directa a Mestalla, donde sabía que había un importante centro logístico. Primer problema: estaba cerrado. No había nada. Cero. O se me pasó esa información o de los cientos de wasaps que recibimos cada día ―no os hacéis una idea―, ninguno informaba de esto. Seguí ruta con la preocupación de que a varias personas que me habían preguntado dónde descargar camiones en Valencia les había dado esa localización como una de las posibles.
Nuevo destino: Estadio Ciudad de Valencia. Cuando llegué me encontré un centro logístico limpio, organizado, jerarquizado (una persona responsable a quién preguntar, casi me echo a llorar; muchas gracias Amparo por tan buen trabajo). Le pasé la lista y, en cero coma, el coche estaba completo justo de lo que había pedido, separado en cajas y bolsas identificadas. Cerramos el maletero con dificultad.
Puse rumbo a Algemesí dando un rodeo de narices para sortear los cortes de carretera, dado que las vías principales no están operativas para particulares. En la inmensa red de información que ha surgido (una especie de SOSNet) cada uno facilita la que tiene y, en esto, fue un amigo de mi hija quien me guio hasta Algemesí.
A la entrada me paró la policía local. Es una constante, cada vez más frecuente. Pero vio el cargamento y fue muy amable, me preguntó dónde quería descargar y me dio unas indicaciones con la advertencia de que lo tendría difícil y que llevara precaución porque había vehículos pesados. No sé qué pensé que me iba a encontrar, infeliz de mí, habiendo visto lo que había visto, pero es que era el NOVENO DÍA. Muchas calles seguían intransitables. De algunas casas era difícil salir. Las fotos solo representan una pequeña muestra, no hice muchas, no había tiempo ni ganas, pero intento llevarme al menos alguna que sirva de testimonio, que no sea mi palabra desnuda. Repito: esto era 9 días después. Y los políticos en que si son galgos o podencos.
Sigo, que me distraigo. Me acojoné, palabrita, pensando que el coche ―que no es un 4X4―, podía quedarse atascado. Lo último que quería era provocar un problema adicional a los muchos que ya había. Después de verme obligada a dar una vuelta completa a una manzana porque todas las bocacalles en dirección a mi destino estaban bloqueadas por volquetes y camiones o con pinta poco segura, desistí y aparqué para hablar con mi contacto y buscar una vía alternativa. Quedamos en acercarme andando con un par de bolsas de ropa de abrigo y que me indicara por dónde ir.
De camino se veían menos voluntarios que en las zonas más cercanas a la capital. Y aún así eran muchos. Cuadrillas enteras de jóvenes cargaban camionetas con toda la basura y enseres que se cruzaban en su camino para despejar las calles. Sucios, unos serios, otros alegres, demacrados… También se veían efectivos militares y de otros cuerpos, aquí, allá, pero no lo que uno imagina como un despliegue.
Quince minutos después encontraba a mi contacto. Lo primero era entregar las bolsas en uno de los centros de reparto. Chafón. No aceptaban más ropa. Tras varias llamadas a un conocido nos las aceptaron, pero seguían reticentes a recibir el resto del cargamento que seguía en el coche: mantas, muchas mantas.
Hablando con efectivos de Protección Civil que regulaban el acceso a esas calles averigüé una ruta alternativa rodeando el pueblo para acercar el coche y descargar. A punto de subirme al coche oí unas voces alteradas. La palabra «manta» me llegó en varios tonos. Era una cola de gente de la que solo veía el final que sobresalía por una esquina.
«Oigan, que traigo mantas». Qué has dicho. En cinco minutos salieron ocho. Un señor me daba explicaciones de que por la noche, con la humedad, lo estaban pasando mal. Un niño de unos once años me pidió una. Se la di. No se movía, dudaba, me miraba con ojos grandes, apagados.
―¿Puedo llevarme otra?
Claro, podía llevarse otra. Se te encoge el corazón y la rabia te escupe la pregunta: ¿cómo siguen así? Ellos no sabían dónde conseguir mantas y en el centro donde acababa de estar, a quince minutos andando, sobraban. Desesperante. Les expliqué como pude dónde estaba el centro. Una de las señoras que se llevó otro par era la propietaria de un bar justo dónde había aparcado.
―Venga, pasa y tómate un café o lo que quieras. No sabes la alegría que nos has dado, no encontramos mantas por ningún lado.
Le di las gracias y solo le pedí que me dejara ir al baño, si era posible. Con eso ya me hacía un favor muy grande. Ya digo que lo de aliviarse era un lujo.
Fue complicado acercarme al destino, y hubo un momento, en la rotonda, plagada de policía controlando el acceso, en que me temí lo peor, pero tras un pequeño tira y afloja me dejaron pasar. La mitad del material lo pudimos dejar en el almacén y la otra mitad se la llevaron un grupo de esos jóvenes (mil gracias) de la generación de diamante, que no de cristal, a El Raval, una zona paupérrima, para darla en mano. Los dos efectivos que antes me habían explicado el camino nos daban las gracias de corazón. No sabía la hora que era, la tripa rugía, y aproveché para comerme una mandarina antes de arrancar y pelarle la otra a la chica de Protección Civil.
Me fui con el corazón encogido. ¿Cómo es posible que hubiera almacenes llenos y que no saliera la mercancía, cuando era evidente que se necesitaba? Porque falta un mando único y recursos. Y esto se ha repetido en muchas otras localidades. Faltaba ese despliegue militar contundente, masivo, de ver uniformes por cada calle, además del resto de FFCCSSEE, distribuidos entre todas las localidades, jerarquizado, con un mando al frente y que abarcara a la vez todo el territorio afectado, tanto en las labores de apertura de calles y limpieza de garajes, como en la parte logística de distribución de la ayuda. Nueve días después es criminal que siguiera habiendo lugares así, con gente pasando frío por las noches por falta de información. Y cuidado que anuncian que el tiempo va a cambiar. Hasta ahora ha sido una suerte que las temperaturas se hayan mantenido por el día. Pero como bajen, con la humedad que empapela los muros, va a ser duro.
El grado de frustración e indignación con que vuelves a casa es inenarrable, pero no llega ni a la suela del que sienten los afectados. Es una mezcla de rabia y consuelo que cuesta asimilar y ahuyenta el sueño.
Elisa García Prósper
Escrito a las 20:35h, 11 noviembreAsí es Marta, una descoordinación total. Gracias, mil gracias por ir, ayudar, y escribir tan bien como lo haces.
La crónica ha de quedar.
Un beso