Crónica de la Dana. 5 de noviembre de 2024

Nueva jornada. Mucho ejercicio físico y de paciencia. Objetivo: Alfafar. Para los que no son de la zona, está a continuación de Sedaví que es donde estuve el primer día. Con solo cruzar una calle cambias de pueblo, algo muy frecuente en la zona. También es muy frecuente que los bajos se utilicen como vivienda. Está muy próxima a IKEA y el centro comercial MN4, dos centros que no son ni asomo de lo que eran.

Por la mañana, la EMT publicó por distintos medios que varias líneas habían modificado su trayecto para facilitar el acceso a las zonas afectadas. Para mí ―imagino que para todos―, supuso un alivio. La edad no perdona y hacer ocho o nueve kilómetros por caminos enfangados y cargada, cuesta. Pero no, en estas condiciones las previsiones no se cumplen y, sin demasiadas explicaciones, el autobús llegó a la rotonda de siempre en la avenida del Dr.Tomás Sala y el conductor nos dijo que se acabó, que era muy difícil pasar y el trayecto acababa ahí. No lo he comentado, pero no todo el mundo está de humor para ayudar. La víspera había presenciado un altercado con otro conductor de la EMT y este tampoco contestó de buena gana.

El ambiente está tenso, los ánimos exaltados. Además, ha coincidido con la reciente convocatoria de huelga de la EMT e imagino que hay descontento.

El caso es que, de nuevo, hubo que ir andando y, además, con lastre. Es frustrante porque sabes que vas a perder casi una hora solo en llegar. En las rotondas, mucha policía local controlaba el acceso. Vi que no dejaban pasar por ese lado y desviaban hacia una zona que me alejaba del objetivo, por lo que opté por buscar algún acceso a las vías por las que volví de Sedaví. Era la línea más recta. Llegué a través de un descampado lleno de chabolas. Todavía cerca de Valencia, no se había visto apenas afectado. Se escuchaban voces de niños jugando.

Cuando bajé de las vías comencé con el ritual: cambiar las zapatillas de montaña por las botas de agua ―se han convertido en uno de los productos más cotizados y buscados―, guantes, mascarilla… Mientras lo hacía me alegré de ver a muchos efectivos militares de refuerzo. Era un convoy de cinco o seis camiones. Iba a seguir cuando tuve que frenar porque una máquina elevadora llevaba un coche al cementerio de vehículos que han improvisado cerca. Apenas podía pasar entre la calle y la bajada del puente. Entrando en Sedaví también se veían camiones de distintas procedencias. Gracias Madrid, Zaragoza, Teruel… A todos. Estos son los que vi ese día, sobre todo bomberos, pero sé que hay más, de tantos sitios que emociona. La unión hace la fuerza, si nos dejan. Siguen haciendo mucha falta. Los efectivos son insuficientes.

Muchas calles se veían cortadas por vehículos pesados en labores de despeje. Vi retirar muchos coches. Equipos completos de Protección Civil a pleno rendimiento. Había menos afluencia de voluntarios al no ser ya fin de semana, pero, aun así, muy numerosa. Todos con mascarilla. Muchos con EPI. Es como convivir en un vertedero y una balsa de lixiviados en forma de fango. He trabajado en alguno y sé de lo que hablo.

Muchos pisos habían recuperado la electricidad y tenían agua, aunque no potable. Es emocionante poder abrazar a alguien que ha estado aislado, que lo está pasando mal. El contacto físico es curativo. Subí a casa de mi amiga, andando, claro, porque los ascensores han muerto. Aunque por la altura, su vivienda no ha sufrido daños, ha estado incomunicada varios días, a oscuras, sin luz, sin agua, sin gas, sin poder bajar a la calle, hasta que empezó a retroceder la marea de barro y los suministros fueron restablecidos. Ha estado ayudando a mucha gente. Como tantos otros, se sienten abandonados. Me ofreció comida, agua, lo que necesitara. No lo he comentado, pero cuando estás por allí bebes lo justo, aunque tengas agua, por el miedo a que te entren ganas de ir al baño, porque hacer tus necesidades es una odisea. Solo pedí eso, el privilegio de usar su baño. Desde que había salido de casa no había pisado uno.

En el pasillo, un poco a la japonesa, algunas zapatillas y botas embarradas se alineaban junto a las puertas. Yo también dejé las mías. Había pocas, no habían vuelto de trabajar. Están yendo y viniendo a pie, no hay otra forma de momento. Una hora de ida andando cada día y otra de vuelta.

Los vecinos han hecho piña. Lo que no consigue uno lo hace otro. Y están pendientes de otros barrios más afectados. De día se acercan a llevar lo que necesitan a personas mayores que no pueden salir de casa. Comentan que tienen miedo cuando cae la noche. Mientras hablábamos ya en la calle, aparecieron un par de chicos en moto, avanzaban despacio, observaban. Les increparon. «¡¿Qué buscáis?! ¡Fuera de aquí!»

Me comentaron los robos que ha habido, la sensación de inseguridad en cuanto oscurece. Porque ahora la noche es más oscura, negra. Les cuesta descansar.

En el camino de vuelta pude ver cómo muchos coches estaban marcados. Círculos y cruces de colores, carteles para que no los retiren porque están a la espera del seguro. Impresiona la debilidad de máquinas tan potentes.

Me venía de paso un parque que conozco bien. Durante muchos años he ido a la feria del libro de Alfafar y asistido a eventos en los locales que lo rodean. Apenas se reconocía. Me invadió de golpe la tristeza, no solo por el estado en que estaba, sino porque lo asocio a Concha Prieto, gran mujer, alma mater de Mujeres en Marcha-Alfafar y durante muchos años coordinadora de Ámbito Cultural, que falleció este año y la apreciaba mucho. Estaría desolada de haberlo visto así. El hecho es que aguantas bien durante jornadas y en algún momento un pequeño detalle te rompe y te desbordas. A veces se critica el que se compartan las emociones, pero en situaciones así se hace difícil no hacerlo y explotan en cualquier momento.

Me crucé con una señora, le quedaba poca comida, Me comentó que no puede acercarse al Pabellón porque está limpiando su casa sin parar y sale lo justo. Hay gente mayor que tampoco puede acceder y llevan sin lavarse la boca desde la inundación. Pequeños problemas que se solucionan sobre la marcha, pero que si no fuera por los voluntarios seguirían. Y entre semana, al bajar la afluencia, hay menos gente a la que pedirle que recoja algo del pabellón y lo lleve a sus casas. Los vecinos están muy pendientes. Ojalá no tuviera que ser así y hubiera un despliegue de veinte mil efectivos del ejército, además del resto de FFCCSE. No me cansaré de repetirlo.

   

Regresé por el centro de Sedaví hacia La Torre. Ya oscurecía y no me pareció seguro volver por las vías del tren. Por la calle escuché una conversación telefónica. Era un bombero. «Sí, tío, empezó ayer. El Gobierno no nos dejaba venir». No ha dicho cual: me da igual, no tienen perdón.

La tarde caía y los voluntarios regresaban cansados, pero animosos. Muchas cuadrillas de gente joven con barro hasta las cejas. En el camino, más gente buena ofrecía bocadillos, agua, pizza, sándwiches o fruta a los que salían del horror.

Tomamos el autobús en la misma parada que nos dejó por la mañana. El suelo mostraba el mismo barro que la zona cero y estaba abarrotado. Creíamos que, como en la mañana, daría la vuelta camino del centro, pero no. Resultó que, ese sí, seguía camino hacia Benetúser, aunque no nos lo avisaron. Hora y media de recorrido. Algunos se durmieron. Otros se sentaron en el suelo, agotados. Un señor gritaba que abriera la puerta que él se bajaba, pero era tarde para eso. El olor a humanidad era denso, además de que el hedor a destrucción se te mete en la nariz y tarda en desparecer. Alguien peló una mandarina, lo supimos por el aroma. Una maravilla. Esnifábamos el aire con devoción. El chico nos ofreció, pero solo tenía una y no aceptamos.

La cosa más sencilla se convierte en un prodigio en estas circunstancias.

Acababa otro día.

 

1 Comentario
  • Javi Huertas
    Escrito a las 00:31h, 10 noviembre Responder

    Cuanta fortaleza. Reitero mi admiración Marta. Mucha fuerza 💪🏻💪🏻!!!

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