02 Jun Cine, moda y escritura
Quienes me conocen saben que me encanta el cine de los 40 y 50, las películas en blanco y negro de Mankievick, Vidor y Cukor, las primeras en color de Elia Kazan, casi todas las de Ford, las comedias de Wilder… Crecí con ellas, y tal vez por eso me han calado. Cuando me preguntan en entrevistas cuales son mis antecedentes literarios, quienes han influido en mi estilo, me cuesta reconocer autores o corrientes concretos. Sin embargo soy consciente de la huella que ese tipo de cine ha dejado en mi forma de escribir: escribo visualizando en mi mente una película que cualquiera de ellos podría haber filmado. Creo que si no fuera por esas películas no habría escrito lo que escribí, o al menos lo habría hecho de otra manera, menos visual, menos intensa y fluida.
Escena de Eva al Desnudo (All about Eve, John Mankievick 1950)
Otra de las cosas que se percibe es mi gusto por la moda. Un gusto peculiar, porque me encanta seguirla, ver desfiles, fijarme en las películas en el vestuario, y cuando leo reconstruyo cada prenda ―por cierto, esto no lo he leído por ahí, pero a L.D. James que le busquen estilista para las féminas, que vaya tela―, pero no paso de ahí, no soy una fashion victim, odio ir de tiendas, los probadores me provocan sarpullidos y me paso la vida rescatando antiguallas del baúl de los recuerdos; eso que ahora llaman vintage y queda tan molón, pero sin pasar por caja. Ventajas de haber tenido una madre lucidora y moderna.
El caso es que batiendo esas dos cosas resulta una característica de mis novelas que alguno me ha comentado, y es que el vestuario, como en toda buena producción hollywoodiense, tiene su importancia para crear ambientes y dibujar escenas.
Durante un tiempo era tanta la gente que me decía que veía las novelas llevadas al cine que hice mi propio casting, seleccioné actores y actrices, y busqué imágenes de cómo se materializarían esos vestido dibujados por mí. Soñar es gratis y la mar de entretenido.
Y aquí está el fruto de esas pesquisas, que pasará a formar parte de la galería de fotos de las novelas, junto al de los escenarios que ya incluí en las páginas de «El final del ave Fënix» y de «Las guerras de Elena»
Los que han leído las dos publicadas los identificarán enseguida. Es más, una lectora, Sara ―Shaka Lectora― solo poniendo la foto y el lugar ―el hotel Formentor― supo de qué escena hablaba, y eso que hacía tiempo que la leyó. Me encantará que los demás también las identifiquen. Algunos no han sido fáciles de encontrar, no siempre lo imaginado ha tenido su aproximación en la realidad, pero otros sí.
Y para los que no han leído nada y no saben de qué hablo, copio una escena muy cortita que se desarrolla en Pasapoga, de la que encontré la imagen perfecta. No una, varias en realidad:
«La sala era amplia y bulliciosa. La orquesta Gran Casino tocaba La Vie en Rose, algunas parejas bailaban. La luz era más intensa sobre la orquesta y la pista de baile, mientras que las mesas se mantenían en penumbra, alumbradas por coquetas lamparitas con pantallas de pergamino.
Dolores recorrió el salón con la mirada, y no tardó en localizar un centro de camelias y una champañera plateada. De espaldas a ella, la cabeza morena y engominada de Gerard se inclinaba sobre una joven con un sofisticado moño y exceso de maquillaje. Durante un segundo, Dolores se preguntó cómo Gerard podía preferir una mujer como aquella. No se dio tiempo a contestar. Bajó los escalones con calma, se dirigió hasta la mesa, se paró frente a los dos, muy estirada, y espetó con dureza pero controlando el volumen para que solo ellos la oyeran:
―¿Esta es tu fulana de Madrid? Te creía con mejor gusto. Antes las elegías con un poco de clase. ―Con serenidad, se volvió hacia la joven del moño―. Si no le importa, ¿puede largarse?
Gerard comenzó a levantarse, y sin que le diera tiempo a reaccionar, Dolores le asestó un puñetazo con tal fuerza que lo tiró al suelo. La sala enmudeció. Incluso la Gran Casino dejó de tocar. Todos se giraron hacia su mesa. La joven ahuecó de inmediato, mientras un par de camareros sujetaban a Dolores.
―¡Suéltenme ahora mismo! ¡Soy la señora de Lamarc!
Los camareros miraron atónitos a Gerard, mientras se levantaba del suelo estirándose la chaqueta, a la espera de sus instrucciones.
―Señor Lamarc, ¿está usted bien? ¿Quiere que llamemos a la policía?
―¿Es usted imbécil? ¡Es mi mujer! Y la policía no tiene por qué intervenir en esto, ¿no le parece?
Los camareros soltaron de inmediato a Dolores y volvieron a su tarea como si no hubiera pasado nada. La orquesta reanudó la pieza en el mismo compás en que la había interrumpido. Gerard se sacudió el traje, se arregló la pajarita y miró a Dolores.
―Estás muy guapa, querida. Hacía tiempo que no te veía así.»
Os dejo alguna foto más del recopilatorio, y me guardo el de la tercera novela de la trilogía que, por ser de los ochenta, desluciría tanto glamour. Qué horror de época para ambientar el vestuario…
Elena tuvo que elegir un modelo serio para solicitar un crédito. Se jugaba mucho:
Pero en su trabajo era mucho más moderna, sobre todo en los 60:
Elena en Arabia Saudí y Beirut (en «Las guerras de Elena»):
Vero llegando a casa de Carlos e inaugurando su tienda:
Y sí, los hombres también tienen su papel, pero hay menos variedad:
Espero que os haya gustado y quien quiera puede enviarme alguna más que encuentre.
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